“Despierta Neo”

La alegoría de la caverna de Platón

En una de sus obras más conocidas, la República, encontramos lo que considero es una síntesis estupenda de todo el pensamiento de Platón (428 – 347 a.C.) a quien no temo en considerar el padre de la metafísica de occidente. Me refiero a la llamada alegoría o mito de la caverna. Recordemos brevemente de qué trata este exquisito relato platónico:

En una especie de caverna o cueva viven un grupo de hombres que jamás han salido a la superficie. Toda su vida la han pasado en ese lugar. La entrada a esa caverna da directo a luz del sol, luego sigue un largo pasillo, como una galería. Los habitantes de este oscuro recinto tienen sus piernas atadas y también su cuello, esto provoca que les sea totalmente imposible girar la cabeza hacia atrás. Por lo tanto, no conocen la entrada a la cueva ni la luz que viene del exterior. Están destinados a permanecer inmóviles, con el cuello rígido y la mirada dirigida hacia la pared que tienen enfrente.

A pocos metros de la entrada se levanta un muro de aproximadamente un metro ochenta centímetros, por detrás caminan incesantemente otros hombres que cargan sobre sus hombros estatuas de los más diversos objetos. A su vez detrás de estos hombres un gran fuego ilumina la caverna. Esto hace que los pobres mortales que permanecen atados mirando hacia el fondo de la cueva solo vean las sombras de las estatuas proyectadas en la pared, sombras que vienen y van, además escuchan el eco de las voces de esos desconocidos que caminan con esos objetos sobre sí. Evidentemente ellos creen que esas sombras que ven proyectadas en la caverna es la única realidad que existe porque es lo que han visto desde que nacieron. No conocen otra cosa. Sin embargo, por cosas del destino, uno de ellos logra liberarse de esas infaustas cadenas.

Sin dudas que al principio le costará adaptar los músculos al movimiento y sus ojos a la luz del fuego, pero logrará hacerlo y se dará cuenta que antes apenas veía las sombras de las estatuas y no a ellas mismas. Había vivido en un mundo de meras apariencias ¡y no lo sabía! Luego logrará salir al exterior de la caverna. Al principio le costará ver con claridad; quedará totalmente sorprendido y fascinado por la luz y el espectáculo que ven sus ojos, pero luego podrá ver las cosas reales que antes le eran ocultas. ¡Por último logrará ver la misma luz del sol! En ese instante se le caerá el velo de sus ojos y de su mente y comprenderá que la auténtica realidad es la que está viendo en ese momento y que es la luz que tiene ante sí lo que posibilita que todo sea visible. Luego se arriesgará a que lo traten de loco pero retornará a la oscuridad de la caverna para alertar a sus antiguos compañeros de que están viviendo en un engaño y que allá afuera está el mundo real, aunque en esto le vaya la vida.

Hasta aquí la alegoría platónica que, no tengo la menor duda, sirvió de base a los creadores de la espectacular saga de películas Matrix que marcaron un hito en la historia del cine.

Son muchos los significados e interpretaciones que a lo largo de la historia se han hecho de este texto. Lo primero que puede venir a nuestra mente, y que puede sernos muy útil como enseñanza, es que este relato significa el estado pre-reflexivo o pre-filosófico en el que se encuentran las personas que están viviendo una vida “en piloto automático”, dejándose llevar por las costumbres sin analizar críticamente la realidad. Una vida sin cuestionarse en profundidad las cosas y el mundo que le rodea. Incluso sin cuestionarse a uno mismo. Es la vida epidérmica e irreflexiva que peligrosamente podemos estar viviendo cada uno de nosotros, haciendo lo que la sociedad, la masa, las redes sociales o el marketing quieren que hagamos para mantenernos entretenidos y consumiendo todo el tiempo. Guiándonos por parámetros de felicidad, belleza, moralidad y éxito que han sido elaborados por otros.

Al decir del filósofo inglés Francis Bacon, adorar a los ídolos de la caverna, es vivir en los sesgos y errores provenientes de la propia naturaleza o hábitos adquiridos dejándonos llevar por los prejuicios personales y por la educación recibida sin someterla a crítica. En parte podemos decir que cada uno de nosotros carga históricamente con su propia caverna que nos obstaculiza el acceso a un conocimiento más amplio y nos impide enriquecernos con otras visiones y perspectivas.

A nivel tradicional también se ha encontrado en este relato los diferentes niveles de realidad que distinguía Platón. Obviamente las sombras en la pared de la caverna simbolizan las apariencias de las cosas y esos objetos o estatuas son propiamente las cosas materiales. El muro es lo que las divide de las inmateriales. Fuera de la caverna, los objetos que se encuentran en el exterior simbolizan el verdadero ser, o sea, las ideas perfectas[1] y el sol representa la idea del Bien que, para Platón, es el grado mayor de conocimiento.

También podemos encontrar en este mito los diferentes grados de conocimiento. Las sombras representarían únicamente a la imaginación y las estatuas a las creencias. Pero los objetos reales y la luz del sol que se encuentran en el exterior son el conocimiento verdadero.

Por supuesto que es natural y, casi como automático, interpretar también este mito como el camino de liberación del engañoso mundo de los sentidos y de una vida en la oscuridad y el error, a una vida en la luz. Es decir, como proceso de liberación de todo tipo de cadenas.

Pero, sobre todo, y es donde deseo detenerme, podemos encontrar una interpretación política de esta alegoría. No debemos olvidar que la obra donde se encuentra este relato, la República, es la obra que reúne el núcleo de pensamiento platónico y especialmente su visión política, en el más rico sentido del término.

Porque recordemos que el hombre que logró liberarse regresa a la caverna a decirle a sus antiguos compañeros de que están viviendo entre sombras que no son la realidad, sino que hay mucho más y mejor afuera de los muros de la estrecha cueva. El que se liberó no podrá sentirse realizado y pleno hasta que no cumpla la misión de hacer lo propio con sus semejantes. El que retorna es el filósofo-político. Para Platón el verdadero político no busca la luz y el conocimiento únicamente para sí mismo y para acumular poder sino para el servicio del bien común. Para mejorar la vida de todos. Aunque corra riesgos de ser incomprendido y de tener que volver a ingresar a la oscuridad o que lo traten de loco e incluso hasta lo condenen a muerte, como le pasó a su maestro Sócrates.

Por eso este relato no tiene solo un sentido pedagógico respecto a los grados de conocimiento sino también un mensaje moral. El hombre que logró liberarse (el filósofo para Platón) tiene el deber de volver para tratar de contar la verdad a sus antiguos compañeros y así también puedan acceder al conocimiento puro.

Pero si complejizamos un poco más esta reflexión debemos decir que en realidad el texto no evoca dos mundos, el del interior de la caverna por un lado y el del exterior por otro, sino dos maneras o actitudes frente al conocimiento, uno volcado meramente hacia la realidad empírica y cotidiana de lo aparente y otro hacia la verdad profunda de las cosas, hacia el razonamiento. Según la dirección que decida emprender cada persona será también su actitud ética y política. Salir o no de la caverna decidirá el tipo de vida que tenga cada uno: o seguir encadenados en función de lo que otros decidan por nosotros o liberarnos de ataduras y caminar con los propios pies rumbo a la libertad de la luz que brinda el conocimiento y el pensamiento crítico.

Los que decidan permanecer en el mundo de lo aparente quedarán presos de sus tradiciones, costumbres y falsas creencias: la lucha por el poder, la búsqueda ciega de la riqueza y la satisfacción de los placeres pasajeros. Los que sin embargo logren dirigir su mirada hacia las ideas verdaderas y al bien, buscarán construir los valores y normas que se sustentan en la justicia y que los llevará al conocimiento de la verdad y a una vida feliz. Esta es la única forma para Platón de edificar un Estado que busque el crecimiento, desarrollo y progreso de sus ciudadanos.

Esto tiene total sentido porque para Platón el verdadero político debía ser también un buen filósofo porque solo la búsqueda del bien y de la justicia puede garantizar una ciudad justa y buena, es decir, un verdadero Estado que procure lo mejor para sus ciudadanos. Porque para él, el sentido más profundo de la filosofía, es el de ser una sabiduría que procure acceder al conocimiento de las razones últimas de toda la realidad y, obviamente, quien aspire a gobernar un Estado, debe ser capaz de conocer estas razones para poder ofrecer lo mejor a sus gobernados.

Como vimos Platón creía que el político debía ser también filósofo en el sentido de que el filósofo busca conocer profundamente la realidad y lo que es mejor para el ser humano. Han pasado miles de años desde este relato del filósofo ateniense pero no por eso su filosofía deja de suscitar algunas preguntas que intentaré resumir para finalizar este simple (e injusto) artículo sobre la Alegoría de la Caverna:

¿Cuáles es la formación básica que le exigimos a los políticos que nos piden nuestro voto? Dada la responsabilidad que implica legislar sobre educación, seguridad, economía, medioambiente, etc. ¿no será necesario que sean personas con una preparación mínima acorde? (y no es suficiente decir que tienen asesores, porque muchas veces ni siquiera los asesores poseen una formación adecuada). Si para ingresar a cualquier trabajo en una empresa todos debemos cumplir requisitos de formación, acreditar conocimientos y hasta salir exitosos de test psicotécnicos ¿por qué para ser gobernantes basta estar en una lista de algún partido político sin acreditar absolutamente nada?

¿Sentimos que las estructuras políticas y los políticos en general están pensando en el bien común o solo en sus intereses partidarios? ¿La clase política se muestra capaz de establecer políticas de Estado a largo plazo o eso es imposible dado que piensan únicamente en lo que beneficia a su sector partidario o  a sí mismos a corto plazo?

¿Las reformas educativas verdaderamente tienen al estudiante y la calidad de sus aprendizajes en el centro de su quehacer o son meras reformas cosméticas para salir mejor en la foto de las estadísticas? ¿Cómo es posible que en las escuelas y liceos públicos en pleno siglo XXI los estudiantes no cuenten con equipos multidisciplinarios (psicopedagogos y psicólogos) para atender la integralidad de sus problemáticas? Si hacemos gárgaras de discursos sobre calidad educativa ¿por qué tenemos grupos superpoblados de estudiantes, escasez de recursos didácticos y carencia de personal provocando así el deterioro de la calidad de los procesos educativos? ¿Cómo es posible que pasen los gobiernos y muchos edificios escolares y liceales sigan en condiciones de deterioro?

No sería malo volver, aunque sea un poco, al concepto platónico de lo que implica ser político y exigir unos mínimos estándares profesionales para acceder a cargos públicos de gobierno. No puede ser suficiente el apellido, las influencias o integrar una lista sábana para terminar luego decidiendo sobre la vida de una sociedad entera. Eso es muy nocivo, peligroso y además empobrece la labor política. Para administrar la cosa pública realmente se necesitan personas preparadas y preocupadas honestamente por el bien común con una visión profunda de la realidad y del ser humano para que así luego puedan crear buenas leyes y gestionar las instituciones que están al servicio de las personas y no al revés.

La labor política, desde esta perspectiva, tiene una noble dimensión moral que nunca debería olvidarse: la que proviene de la responsabilidad de contribuir a que todos los ciudadanos puedan liberarse de las cadenas que les impiden su crecimiento y le limitan el acceso a la luz del conocimiento y al despliegue de todas sus capacidades.


[1] Cabe recordar que Platón no estaba de acuerdo con la filosofía precedente, en explicar el fundamento de todo lo que existe apelando a explicaciones físicas tomadas del mismo mundo físico que se intentaba explicar. Para él ese fundamento debía ser mayor, inmaterial, racional e incorruptible y se debía poder captar con el intelecto sin dejarse engañar por los sentidos. Por eso decidió cambiar de estrategia, dejó las velas del barco de la filosofía anterior que ya que no le eran útiles y tomó los remos de su razonamiento emprendiendo una “segunda navegación”. Así llega a la que será su teoría de lo suprasensible, del razonamiento puro, del ser. Con esta teoría Platón funda la metafísica filosófica. El fundamento de las cosas está en la realidad suprasensible. En el mundo de las ideas o de las formas como lo llaman algunos. Para él existen dos ámbitos: uno de ellos, fenoménico, visible, las cosas que captamos mediante los sentidos y el otro ámbito, el invisible, que se puede captar solo con la mente. Las causas últimas de toda la realidad son de naturaleza no física y fueron denominadas por Platón: ideas, que también podemos llamar formas. Estas ideas no son solo conceptos mentales o simbólicos sino entidades reales; son el verdadero ser, el ser por excelencia. Las ideas platónicas son las esencias de las cosas, esto es, aquello que hace que cada cosa sea lo que es. Este ámbito inmaterial solo es captado por la parte más elevada del alma racional, es decir por la inteligencia. Esta es la única manera para captar la idea de justicia, de bien, de verdad, de belleza que nos ayude a organizar la vida en sociedad.